sábado, 3 de enero de 2009

EL TAZÓN DE MADERA

El abuelo se fue a vivir con la familia de su hijo el señor Raúl, su esposa Rosa y el pequeño Juanito de cuatro años, su nieto; al pobre viejo las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos no eran firmes.


La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del abuelo hacían que la hora de comer fuera un asunto difícil. La comida caía siempre de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel.

 

Raúl y su esposa se cansaron de la situación. -Tenemos que hacer algo con el abuelo-  dijo Raúl, -Ya  he tenido suficiente, derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo-. Mientras el abuelo escuchaba y permanecía en silencio.

 

Raúl y Rosa decidieron poner una pequeña mesa en una esquina retirada del comedor; ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba sentado ahí solo.

 

Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos regaños y llamados de atención cada vez que el viejo dejaba caer el tenedor o tiraba la comida al suelo.


Juanito sólo observaba todo en silencio.

 

Una tarde antes de irse a dormir, Raúl observó que su pequeño hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo, entonces le preguntó al niño de manera interesada: "¿Qué estás Haciendo?”, y con gran dulzura el pequeño le contestó: “Mira papi, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos". Juanito sonrió y siguió con su tarea.


Las palabras del pequeño dejaron al papá sin aliento y con gran impresión, y aunque ninguna palabra se dijo al respecto, mamá y papá sabían lo que tenían que hacer. 

 

Esa tarde, Raúl tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta  a la mesa de la familia. Desde entonces, todos los días el abuelo ocupó un lugar en la mesa con la familia, ni Raúl ni Rosa parecían molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es muy trister pero pensemos que toda la vida no vamos a ser jovenes que algùn dia seremos ancianos y nos gustaria que nuesttos hijos nos aparten de nosotros porque cuando fuimos niños ellos nos tuvieron bastante paciencia porque un anciano vuelve hacer un niño